Por: Orlando Ramírez Casas (ORCASAS)

Hola, jóvenes, estoy enfrascado en la lectura del libro “20 escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación”.

¿Qué puede encontrar de nuevo en este libro un aspirante a escritor, un aprendiz de los talleres de escritura literaria? ¡Todo! Todo el libro está plagado de consejos, de tips, para ayudarlo en la tarea.

Para los que por años trasegamos esos talleres, para los que llevamos años inmersos en la tarea con más o menos dedicación, con más o menos éxito, con más o menos estilo que otros, tal vez es poco lo nuevo que podamos encontrar porque para nosotros todo está dicho en uno u otro decálogo, en uno u otro prólogo, en una u otra entrevista. Todo está dicho ya, para los veteranos.

Sabiendo esto, no esperaba encontrar nada que me sorprendiera, pero sí lo encontré.

En los consejos para escribir es un tópico aquello de que hay escritores que requieren de absoluto silencio y aislamiento, en plena sobriedad, para poder hacerlo; mientras otros pueden escribir en medio de una ruidosa fiesta y con gran cantidad de tragos entre pecho y espalda. Muchos requieren sentarse en su silla preferida frente a la máquina de escribir, pero William S. Burroughs hacía fichas tecleando de pie como en un atril, y las pegaba en una cartelera para luego irlas acomodando en distinto orden hasta tener un corpus con un hilo conductor. Ese era su estilo y, diría yo, era un transgresor del método imperante entre sus demás colegas. En esto no hay verdades absolutas, y la fórmula del uno no es aplicable a los otros porque cada quién es un caso aparte.

Yo suelo comparar la habilidad de escribir con la habilidad de montar en bicicleta, la habilidad de tocar violín, la habilidad de ser un nadador de competencia, para explicar que uno no se hace artista en estas lides de un día para otro, de la noche a la mañana, sino que requiere de talento innato, de preparación, de apoyo y orientación, y de práctica constante para fortalecer los músculos y mejorar las técnicas. He dicho a veces que uno no se hace escritor por obra y gracia del Espíritu Santo, como tampoco se hace ciclista del Tour de Francia en un instante tras ser tocado por un rayo.

Tengo que tragarme mis palabras, porque me encuentro en este libro con el testimonio de David Betancourt, un paisa nacido en 1982 que es cuentista, periodista, y filólogo hispanista. Como cuentista, ha ganado cuatro premios en concursos nacionales e internacionales, y ha sido mención de honor en otro de ellos. Todo un palmarés. Él, dicen los editores de este libro “se ha vuelto un notable y reconocido cuentista… de indiscutible calidad”, y dicen también que se ha visto envuelto en polémicas.

Ignoro cuáles sean esas polémicas, pero hace él unas afirmaciones que me obligan a quitarme el sombrero ante él porque las encuentro verdaderamente sorprendentes y, diría yo, sus consejos no son aplicables a los aprendices del común porque, de ser así, habría que concluir con que el arte de la escritura no es uno que se adquiere y se forma con las lecturas y los talleres de escritura y los consejos de otros escritores, sino que cae del cielo por obra y gracia… me estoy repitiendo. Leamos su testimonio:

“Yo no escribo todos los días, ni me pongo horario para escribir, ni escribo para ejercitarme, ni para soltar la mano, ni para no dejar de sentirme escritor…”.

Es el curioso caso de una bicicleta o un violín que permanecen colgados en la pared del garaje y de pronto, pasados unos días y tal vez semanas, son descolgados y se desempeñan con virtuosismo y soltura, sin requerir de ningún entrenamiento, por obra y gracia de las piernas y las manos de su ejecutor, así de facilito. Es un caso especial y aparte, no comparable con el del resto de la humanidad que sí tiene que esforzarse.

“El método mío es no tener método. Si tuviera horarios y esas cosas, escribir se me volvería como un trabajo y no pasaría tan bueno como digo”.

Entiendo que no tenga horarios, está bien, aunque sé que algunos como García Márquez escriben mejor en horas de la mañana, y hay otros como Mejía Vallejo que pueden escribir en la tarde noche, y otros como William Ospina que escriben mejor en la medianoche o en la madrugada, eso está bien. Lo que no me cabe es el hecho de que no escriba con frecuencia y que, cuando lo haga, lo haga bien por obra y gracia… Pero la explicación tal vez resida en el hecho de que:

“Pero sí he leído parejo, y comido ensalada, y montado en bicicleta”.

Este escritor es un mamagallista y, si nos atenemos a sus consejos, para escribir bien hay que comer ensalada y montar en bicicleta.

La afirmación siguiente es más difícil de digerir y, francamente, no me cabe en la cabeza:

“Desde hace casi un año no he escrito una sola línea”.

Un año sin escribir y, cuando lo hace, escribe doce o quince cuentos, no sé, y queda de finalista o gana el primer premio en un concurso. No sé de ningún otro escritor que obtenga tan exitosos resultados con un método que consiste en no tener método, y en no escribir una línea en meses de meses. Su caso es sorprendente, a decir verdad.

“La musa de inspiración no es otra cosa que tener cosas por decir. Mi musa no sabe de disciplina. A veces se aparece durante seis meses y no me deja descansar, me dicta cuentos y cuentos, pero a veces sale a paro por un año y no escribo nada. Cualquier día me levanto con ganas de escribir, y tengo algo para decir, y escribo”.

Según esto, la tarea de escribir no es una tarea persistente sino el resultado de una indisciplinada musa que se pierde por tiempos y de pronto aparece bendiciendo a su elegido. Que yo sepa, muchos no son tan afortunados con sus musas y les cuesta más trabajo conseguir lo suyo a base de arduos esfuerzos.

Creo que aquí hay un problema de comunicación entre lo que el escritor nos quiere decir y lo que con aire provocador y transgresor nos dice, porque tal vez lo que nos está queriendo decir es que no se sienta a escribir directamente en el computador sino que maquina sus cuentos con apuntes a mano, en borrador, los arma en la cabeza, y cuando tiene todo articulado sí se sienta a escribir y a pulir frente al teclado. Eso ya viene a ser otra cosa, porque hay el reconocimiento de un trabajo oculto que no se ve, pero existe. Es otra cosa.

“No soy de los que tienen la escritura como un trabajo, mi caso es de más libertad, de disfrute. No me obligo a escribir. Cuando digo que un libro lo escribí en un año cualquiera, sólo estoy diciendo que me senté a redactarlo porque escribo los cuentos primero en papel, los reescribo varias veces en papel, y luego los paso al computador. Me quedo otro largo rato puliéndolos, podándolos, corrigiéndolos… Antes de ponerme a redactar (en el computador), ya tengo muy claro todo (en la cabeza)”.

Tiene él una herramienta sin la cual nadie, ni él, puede salir adelante con la tarea de escribir: Él es un buen lector. Ahí está el secreto. Lee mucho, y cita a Felisberto Hernández, a Jorge Ibargüengoitía, a Álvaro Cepeda Samudio, a Gabriel García Márquez, a Juan Rulfo, y a muchos otros, ¿Qué más bagaje para escribir que el de ser aficionado a las buenas lecturas? Obsérvese que ni Corín Tellado ni Virginia Vallejo ni el Osito Escobar figuran entre sus escritores preferidos:

“Dejar de leer, sí no lo dejo, no me lo permito. Yo escribo únicamente cuando me dan ganas y tengo ideas y cosas en la cabeza, y como no trabajo ni estudio, me puedo dar el lujo de sentarme un año enterito y darle todos los días, todo el día. Pero siempre voy sin afán. Eso sí, todo el tiempo, cuando estoy barriendo, trapeando, cocinando, sacudiendo, arreglando el solar, jugando con los gatos, matando zancudos, viendo partidos, remendando las medias, estoy escribiendo cuentos en la mente y apuntando cosas en un cuaderno. Ahora tengo un libro terminado sobre vicios, que no me falta sino escribir”.

No trabaja ni estudia, es amo de casa que remienda medias, y escribir para él es un lujo que bien puede permitirse. Eso me queda claro. Pero también me queda claro que haga lo que haga siempre está pensando en las cosas que tiene por escribir, que está escribiendo dentro de su cabeza, antes de sentarse a teclearlas. Pónganle el nombre que quieran, pero eso para mí es un método y no un antimétodo. Un método muy sui generis, pero un método.

Como esos perros guardianes de finca que hacen su autopresentación ante el visitante que llega a la portada, terminados los ladridos y gruñidos y mostradas de colmillo, acompañan al dueño a abrir el portón y vuelven a las voleadas de cola, satisfechos porque ya hicieron su papel de meter susto; este escritor, terminadas las provocaciones al interlocutor y al lector, pasó a hablar en la entrevista de cosas más serias, que tienen mucho sentido.

Habla de que su participación en concursos, y de que haber ganado en ellos le ha dado un reconocimiento y aprecio de mucha gente, la comodidad de no tener que rogar a las editoriales para que le publiquen sus trabajos, y la tranquilidad de poder seguir adelante sin afugias, teniendo ya un mercado cautivo que compra sus libros. Pero también le ha ganado enemigos, y habla de algunos que, como en los carteles de tauromaquia, son (5) cinco de pura casta (5).

“Cuando uno vive fuera del país, cuando uno no es de los que mantienen tirando elogios por ahí a todo el que se atraviese, ni se mantiene metido en ferias y reuniones de escritores y redes sociales, ganar premios es una de las poquitas maneras de hacerse ver… Eso sí, ganar concursos también sirve, y mucho, para conseguir enemigos y gente que no lo quiera a uno ni poquito y, por eso mismo, que lo lea a uno todo el tiempo con juicio y hable de uno y lo mantenga vigente”.

Amo a mis enemigos, porque ellos me mantienen alerta, le oí decir a alguno.

“Con mis cuentos y con mis libros y con los premios que he ganado he conseguido más amigos y gente que me quiere y que piensa y habla bien de mí. Sin embargo, estos buena gente conmigo no han logrado con sus comentarios positivos lo que sí han logrado los cinco que no me quieren. Ellos dicen algo malo sobre mí, y entonces me entrevistan más, me buscan las editoriales, las revistas, aumenta la gente que es querida conmigo y por eso se venden más mis libros y a mí me va mejor… y algunos me hablan de la frase famosa que una vez dijo Cochise (En Colombia la gente se muere más de envidia que de cáncer)… me escribe gente contándome que los cinco que no me quieren aprovechan los talleres que dan para seguir hablando mal de mí. Eso pasa en la vida. A muchos les duele que a otros les vaya bien. Si los cinco que no me quieren tuvieran la razón y sus acusaciones fueran ciertas, no me apoyarían escritores ni me buscarían editoriales ni me publicarían…”.

No he leído los cuentos de este escritor, para poder juzgar su obra, pero muy herido en sus sentimientos se muestra con esos cinco contradictores a los que él ha dedicado esta entrevista. Sus razones tendrá, pero tengo mis sospechas de que eso de andar lanza en ristre pueda ser una estrategia publicitaria de autopromoción que seguramente le ha redituado beneficios. No es el primero al que el truco le dé resultados.

Al parecer ha sido acusado de plagio, pero él defiende la intertextualidad y habla de que una cosa es el plagio flagrante y otra cosa es tomar una idea y darle un tratamiento diferente del que le dio el otro autor.

“Desconocen que en la literatura las ideas no se protegen porque, si se protegieran, no existiría ni la mitad de los libros que existen… la originalidad es un imposible… la diferencia no está en el tema, sino en la manera de abordarlo, en la manera de narrar la historia, entre otras cosas”.

Estoy de acuerdo con Betancourt. Cualquier cantidad de novelas se han escrito con el tema del hacendado que se casa con la hija del mayordomo, del presidente de la empresa que se casa con la secretaria, del hijo de la patrona que se casa con la muchacha del servicio, de la millonaria que se casa con su instructor de tenis. Todas son variaciones alrededor de la idea del cuento de La Cenicienta, y no por eso pueden ser tildadas de plagios.

Dice una frase que los editores tomaron como epígrafe de este capítulo:

“La diferencia entre una novela y un cuento es que aquella es más extensa, y éste es más intenso… me gusta el cuento porque va al grano, mientras que la novela divaga”.

Afortunada definición que deja claro un punto indiscutible: Los dos, son géneros distintos. Aunque las dos sean música, no se compara una balada con una zarzuela, ni se compara un tango con una ópera, así el argumento sea el mismo (el amor, la traición, el desamor).

Mi experiencia personal me hizo desencantarme hace rato de los concursos, y en algún momento tuve la sensación de estar haciéndole el juego a concursos amañados, arreglados para que se los gane determinada persona, y eso me fastidia y enerva. Todo concurso necesita una masa de participantes que haga bulto y entre en las estadísticas para que el anuncio del ganador no sea un escándalo. Dos participantes insignes en concursos, y ganadores, son Betancourt y don Mario Escobar Velásquez. Ambos coinciden en que un participante depende de la suerte, y también de los gustos de los jurados, y de otras circunstancias que se salen de las manos del participante. El hecho de que ambos hayan ganado, indica que no todos los concursos coinciden en esas características; pero el hecho de que ambos hagan la observación, indica que tales cosas pueden suceder.

“Los concursos, además de la calidad de la obra, tienen un gran porcentaje de suerte: Que no participe un libro mejor, que el jurado sea el más pertinente para el ganador o sea que tenga sus mismos gustos, que en el momento de la lectura de tu libro los jurados no tengan sueño, que tu sobre de manila con el manuscrito llegue a la dirección correcta, que el concurso no tenga ganador escogido antes de que salgan las bases, que los jurados no se encuentren con un amigo suyo entre los participantes, muchas cosas”.

Esto me confirma en que yo no andaba tan descaminado cuando tomé la decisión de no volver a participar en concursos, después de haberlo hecho en dos o tres cuando daba los primeros pasos. Resolví escribir en primer lugar para mí mismo, y no depender del gusto o de la opinión de los demás. Fue una decisión liberadora. Resolví hacerlo, en primer lugar, porque el asunto de la fama o de la gloria me tenía sin cuidado; y, en segundo lugar, porque el asunto del dinero del premio sí revestía algún interés para mí, pero no al punto de sacrificar la tranquilidad de lo que me resta de vida al prurito de adquirirlo. El tiempo me ha dado la razón. García Márquez se quejaba de que tras ganar el Premio Nobel no volvió a tener tranquilidad, porque por toda parte donde iba lo rodeaban admiradores, gentes conocidas y gentes extrañas, gentes que querían tener un autógrafo o que querían hacerle una entrevista. Él hubiera querido volver a ser pobre, feliz, e indocumentado, pero la fama lo hizo su prisionero y ya no lo quiso soltar.

Betancourt es un provocador y un transgresor, pero tiene que ser bueno. No es gratuito que una persona gane premios en los concursos y sea solicitada para entrevistas y opiniones. Esas son cosas que no se sostienen si no van avaladas por una buena obra, porque la crítica literaria no perdona pero, sobre todo, los lectores son implacables.

Alguien me dijo alguna vez que no le gustaba Isabel Allende, y yo le dije:

“Profesor, está en su derecho de tener sus gustos, pero no perdamos de vista que ella, con sus defectos, ¡Vende! Los suyos son libros que ¡Se venden!”.

Eso es algo que no todo el mundo puede decir.

Leído lo anterior, sentí curiosidad por ver al personaje, y encontré esta entrevista que le hicieron en la FILU (Feria Internacional del Libro Universitario) 2019, en México:

Bueno, ya puesto en estas, será mejor que busque algún escrito de este cuentista para… para poder saber de quién diablos es que estamos hablando. Es como maluco uno hablar de alguien y no saber exactamente de qué se trata. ¿Sí o qué? Dos o tres cosas leí, y me gustaron. Escribe bien. Entretenido. Dan ganas de seguir leyendo. Ya me había quitado el sombrero, pero se me quitaron las ganas de volvérmelo a poner. Pa qué. El hombre es un teso.

https://www.planetadelibros.com.co/libros_contenido_extra/36/35661_1_La_vida_me_vive_amargando_la_vida.pdf