Por: Alirio Pesca Pita
Escritor del libro: DE LA MANO DEL NIÑO. (2017).

Las crisis humanitarias, así como aquellas situaciones que aproximan repentinamente los límites entre la vida y la muerte de multitudes, por sus propias características y dinámicas, ponen a prueba y por lo general en apuros cualquier tipo de previsión, al igual que revelan con mayor contundencia nuestra fragilidad común. Se podría decir, como se comenta de la muerte, nadie y mucho menos las sociedades, se encuentran suficientemente preparadas para enfrentarlas. Y para el caso particular del coronavirus, resulta más que evidente.

Tales crisis o situaciones, al ponernos ante la posibilidad cierta de perder la vida de miles de personas de forma rápida e inesperada, nos permiten entrever en mejor perspectiva, entre otros asuntos, aquellas opciones, actitudes, valores y comportamientos que han venido configurando nuestra identidad y en buena medida definen nuestro quehacer. Es decir, el coronavirus es hoy un termómetro para medir nuestras posturas individuales y sociales ante la vida y ante el conjunto de derechos políticos, económicos, sociales, culturales y ecológicos, para calibrar (en la microfísica del poder), las relaciones cotidianas en las que nos hallamos comprometidos y eventualmente virar.

La educación y de forma particular la escuela, como proceso social, también se encuentra frente a tal termómetro para revisar con cierta agudeza su praxis, en el marco de un Estado Social de Derecho y del acumulado de exigencias que la sociedad en su complejidad le imponen. Tal asunto, sin lugar a dudas (si se quiere), con el propósito de vislumbrar un mañana mejor para cada sujeto, los otros y lo otro. Es decir, eventualmente la educación podría dejarse observar desde los postulados a favor de la vida de algunos pensadores como Sócrates, Morin, Foucault, Fromm, Maturana, Nussbaum, Naranjo y Freire, entre otros y por ende exponerse a su dimensión más humana para, si es el caso, ponerse del lado de las mayorías y salir de la racionalidad del mercado financiero a la que se le ha querido reducir.

Una afirmación de Perogrullo: la realidad está cambiando, pero, además, vertiginosamente.  Veamos solo unos ejemplos: 

El profesor formado y acostumbrado a ser el depósito y trasmisor del saber, del cual sus alumnos adquieren el conocimiento, viene en crisis, pues su autoridad ya no se mide solo por lo que sabe (poder y saber), menos cuando resulta poco hábil en el manejo de las nuevas tecnologías, las redes sociales, etc., herramientas en las que han nacido y crecido las nuevas generaciones y por las que se moviliza el mundo globalizado.

El profesor forma para vincular a sus estudiantes a la universidad y/o al mundo laboral, mundo que es absolutamente incierto y acceso a la educación superior que resulta extremadamente restringido. Pero, además, crece el número de jóvenes que no necesitan de la escuela para aprender y generar ingresos de forma legal, pues emergen empresas que no requieren títulos académicos a sus funcionarios.

El profesor se ha preparado y prepara sus clases para atender una población homogénea, pero resulta que al aula arriban poblaciones diversas, que exigen atención diferencial. Afrocolombianos, mestizos, indígenas, palenqueros, raizales, Room, bogotanos, caleños, costeños, paisas, boyacenses, extranjeros…, lesbianas, gai, bisexuales, transexuales, intersexuales, con discapacidades múltiples y más, quienes necesariamente no observan intereses comunes.

El profesor se esmera en preparar contenidos para transmitirlos a sus alumnos, y estos arriban a la clase con problemas familiares, generando conflictos, en ocasiones violentos, ya sea con los profesores, como con sus compañeros, problemas que en ocasiones retornan de nuevo a sus hogares acrecentando su complejidad.

El profesor emplea la evaluación como un dispositivo de poder para medir el saber, pero algunos estudiantes lo consideran despreciable. Más aún, no pocos, prefieren la repitencia y/o la deserción.

El profesor, preparado para enseñar, se halla contrariado cuando debe dictar clase a estudiantes que arriban al aula con el “estómago vacío”, limitando drásticamente su atención, pero es precisamente en el colegio donde estos encuentran el único espacio para probar un alimento que los sostendrá durante la jornada escolar, so pena de no retornar.

En suma, la escuela contemporánea enfrenta dinámicas complejas que cotidianamente deben asumir sus actores. Tal vez por eso, en un sector de la academia ha hecho camino una afirmación que en otras esferas alude al poder: la soledad del maestro. Y aunque no es asunto para tratar aquí, algunas pistas de comprensión se hallan en lo que Bauman sostiene en sus textos que llevan como adjetivo lo liquido de la modernidad, la sociedad, la educación y el amor. Así, como en aquello que Foucault revela en Poder, saber y subjetivación; soledad que él mismo deja entrever, para sí mismo, en las primeras páginas de la Hermenéutica del sujeto.

Para ilustrar aún más de cerca esta reflexión, acudiré a continuación a la narrativa de algunos maestros, a propósito de la experiencia vivida por ellos y sus estudiantes, en la estrategia Aprende en casa, promovida por la SED, frente a la coyuntura actual que busca acompañar corresponsablemente los procesos de aprendizaje en el hogar. Si bien, por un lado relacionan como limitantes para la implementación de la estrategia: la dificultad de acceso al internet y a datos (especialmente para el uso del WhatsApp) por parte de algunos estudiantes, la escasa posibilidad de obtener alimentos para algunas familias y el incremento de las tensiones en sus hogares (al igual que en los de los maestros); así como la imposibilidad de hacerle seguimiento a algunos alumnos y, por último el cúmulo de decisiones normativas del orden nacional, distrital y de la SED, en algunos casos en tensión.

Por otro lado y en la misma narrativa, también revelan un cierto optimismo en aspectos tales como la actualización tecnológica y en “caliente” de algunos profesores, el conocimiento más próximo de la realidad de los alumnos y sus familias, el acudir a materiales previamente preparados, así como el compromiso de los maestros hacia sus estudiantes, que los ha llevado a flexibilizar algunos contenidos y la misma evaluación, el acudir a otras mediaciones pedagógicas presentes en la web o en la televisión pública, desconocidas para algunos maestros y, finalmente, el reconocimiento de una serie de habilidades insospechadas en sus estudiantes, de las cuales algunos se han dado la oportunidad de aprender.

Es decir, ante la amenaza presente se logra entrever un buen grupo de maestros, estudiantes y sus familias dispuestos a sobreponerse a la coyuntura actual y a los retos que se le plantean a la escuela hoy.

Más aún, si bien son pocos los días del aislamiento, tal vez resultan suficientes para entrever que una vez superada la crisis, el país, y en él, la praxis escolar no será la misma que hasta el día 16 de marzo del 2020 (aunque no ha de sorprendernos, por varias razones, que algunos seguirán haciendo lo mismo). Pues, el creciente número de muertes y los que las proyecciones hacen temer, el incremento de conflictos en los hogares, en algunos casos violentos, la cantidad de estudiantes sin acceso a las redes del internet para interactuar desde sus casas con sus maestros; y del mismo lado, las filas de familias reclamando un alimento para la sobrevivencia de sus hijos y el dilema en el que se encuentra casi un 60% de la población, entre ellos muchos desplazados, que deben decidir entre el aislamiento para proteger la salud y la vida o la salida peligrosa de algunas personas con el fin de conseguir ingresos que les permitan sobrevivir. Asuntos estos y otros revelan una realidad no solamente coyuntural, sino más bien histórica y diversamente expuesta, pero invisible en el colectivo. Pues se ha dicho, hasta la saciedad, que este país: es el segundo donde la concentración de la riqueza se halla en una minoría (origen de la mayoría de males), dejando a su paso casi un 65% de colombianos empobrecidos; observa los más altos índices de muerte a líderes sociales y de derechos humanos en Latinoamérica; carece de agenda pública para los jóvenes, especialmente los de la periferia, razón por la cual ellos no encuentran mayores alicientes para preparase y asumir el futuro; gasta más recursos en la guerra que en la investigación, la educación y la salud juntas; ha permitido que los niveles de desempleo, subempleo o empleo informal ronden el 60% de la población en edad de trabajar; ha entrado en niveles de desertificación alarmantes, por su incidencia en el cambio climático; ha sido catalogado como sobresaliente por los altos niveles de corrupción, pues lo público viene siendo saqueado “legalmente”; y finalmente, ha preferido la  importación de alimentos antes que el apoyo decidido a los campesinos. La crisis, nos permite observar en primer plano el modelo empresarial y financiero que soporta las decisiones políticas, económicas, sociales y culturales en el país. 

Entonces, ante este panorama y desde la primacía que reclama la escuela, ¿Será pertinente seguir haciendo lo mismo en el país? De ahí que las siguientes preguntas pueden movilizar nuestra creatividad pedagógica: ¿La escuela seguirá siendo y haciendo lo mismo de ayer? ¿Por fin este contexto, así como la pregunta y el error formarán parte de su currículo, de los procesos, los contenidos y la evaluación? ¿Los estudiantes que presentan problemas académicos y/o de convivencia o de otra índole, por considerárseles “diferentes”, se les excluirá, o por el contrario se les acompañará hasta que encuentren las claves para salir adelante con los demás? ¿Se dará paso al estudiante, sujeto de derechos y actor de la praxis educativa, para que exhiba sus habilidades para enseñar a los adultos y a sus compañeros? ¿La praxis de los maestros a la orden de qué racionalidad se plegará? ¿Aprender, ser feliz, circular afectos, decidir autónomamente y generar ingresos legalmente, se podrán conjugar en el ámbito escolar? ¿Cuál es, en realidad de verdad, el lugar que ocuparán maestros y estudiantes en el sistema educativo? ¿Tener, consumir y aparentar serán relegados en las dinámicas escolares por aprender a ser y cuidar de sí, de los otros, de lo otro, de lo común y de la ciudad? ¿Los maestros y estudiantes se formarán para transformar los contextos próximos y remotos que inciden en la escuela? ¿Las familias y la comunidad encontrarán las puertas abiertas de los centros educativos para incrementar su desarrollo cultural?

Es posible esperar a que sobrevivamos a la Covid-19 para reemprender el camino, pero lo cierto es que el panorama con el que nos encontraremos, en todo orden, no muestra parangón, ya lo dejan entrever naciones como la República Popular China, Italia, España y Estados Unidos. La incertidumbre es el denominador común. De ahí que las anteriores preguntas, recogidas en el aislamiento, buscan (1) transportarnos a los rostros concretos de nuestros alumnos, especialmente “los relegados”, “los últimos”, (2) así como instar nuestra creatividad y (3) a la vez, señalar horizontes de sentido para la escuela y sus quehaceres.

El tiempo es propicio y a la vez muy valioso para proponer respuestas (también formular otras preguntas) y tramitar acciones que hagan de nuestro retorno a la escuela, pero especialmente de cada nuevo amanecer, de cada nuevo día, seres comprensivos y amorosos que cuidamos de nuestra vida en todas sus formas. Así, los niños, niñas, adolescentes y jóvenes y sus familias encontrarán en sus profesores, los referentes autorizados, que han estado buscando para apoyar sus pesquisas en aras de definir su identidad. Por eso, por su ejemplo y no por otra razón lo llamaran maestro. Pues, no es un título universitario el que lo define como tal, son más bien sus estudiantes y solamente ellos, con sus rostros concretos, aciertos y errores, miedos y realizaciones… quienes le reconocerán tal dignidad.