Fragmento del libro "Narraciones en prosa y en verso"

La gloria eres tú

Fernando Iván Huratdo Solís

“Sólo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra y que no tenemos maneras de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzamos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos”

 

Sin premeditar absolutamente nada, salió del trabajo, una fábrica de ropa en donde, no era precisamente costurera sino vendedora, oficio con aparente semejanza de lo que deseaba alcanzar para ganarse la vida: ser diseñadora. 

Desde que jugaba con las camisas de trabajo de su padre, las cortaba y ponía sobre ellas los dibujos de trajes que diseñaba para sus desgreñadas y desnudas muñecas, las que clasificaba de siete hasta llegar a los quince años, delgadas, buen pecho, cabello lacio, nariz puntiaguda, labios delicados, pero sensuales, en general, un perfil que ella no sabía si podía comparar con un perfil griego. 

Desde ese recóndito lugar, irrigado por el río Pance, caudaloso, con charcos como el Peligro, de noches oscuras y silenciosas, desde ese rincón, volaba su imaginación y oía de sus mayores las conversaciones sobre la ciudad. La imaginaba perfecta, pero con la nostalgia de que, si algún día llegaba a ella, los mangos, las vacas para ordeñar en las madrugadas, la leche y la huerta, seguramente no las encontraría. Esas ideas la sugestionaron tanto, que atrás quedaron los recuerdos en su mente y un buen día apareció en este lugar de calles de cemento, luminarias altísimas, buscó el río para nadar y zambullirse, pero no lo encontró. 

Jamás obtuvo la respuesta de unos buenos días vecina, niña o jovencita, aunque lo insistió. En el campo se le decía a una, pensaba, niña, hasta después de morirse.

 Pasando la calle se trompicó con un varón, imberbe pero bien trajeado. Lo determinó, le fijó la mirada de arriba abajo, con la velocidad de la luz, la impactó. 

Él apenas le sonrió y temeroso se acercó para decirle algo, ella esperaba ese algo, no sabía qué era y fue, “su merced”, primera vez que oía este término. 

Los veintinueve años del hombre bastaron para que esas palabras enrojecieran su rostro. Ella, nerviosa, pero con la plena confianza que de ese choque abrupto podía nacer lo que su corazón esa tarde le comunicó, y que durante diez y seis años mantuvo vivo, experiencia que jamás hubiese vivido, según ella, de no haber sido tan arrojada para aceptarle su amistad con la invitación a tomarse un perico con pan de bono que le supo a lo que ella era, Gloria. 

Su nombre retumbaba de alegría, ella no comprendía que la felicidad no es el arrojo para tomar decisiones, sino tomar las más acertadas, y fue su caso. 

Un buen día aparecen en su cotidianidad síntomas de descomposición de su organismo, sin asimilar el porqué, comprendió que de allí en adelante Gabriel la ignoró, no quiso saber de ella y así nació Julián, al que educó e hizo hombrecito bajo la sombra del silencio.

 Pasados los años y con una fuerza inquebrantable, Gloria nuevamente se dejó permear por Eros, gracias a la lectura del Banquete que le decía que, “entre todos los dioses él es el que derrama más beneficios sobre los hombres, como que es su protector y su médico, cura de los males que impiden al género humano llegar a la cumbre de la felicidad”. Párrafo lleno de la carga semántica que ella necesitaba para el duelo de su primer amor y que encajaba con el amor ciego que poseen los hombres, para quienes el amor es ciego. 

Así el nuevo flechazo, el texto platónico se le imprimió en su cerebro. Fueron otros diez y seis años con un hombre casado. No valía nada para Gloria el mandato bíblico sobre la prohibición del adulterio, pues nunca dejó de ir a sus oficios religiosos en donde rezaba, pedía y esperaba la eternidad de su segundo amor, porque veía que el amante le prestaba atención y tenía todas las consideraciones debidas, y por ello concedía a él los favores habidos y por haber, nada de ello era vergonzoso para Gloria, pero el tiempo, el mejor juez de los actos humanos, su evaluación de la rectitud, se encargó en una noche de no permitirle más amor para su amante. 

Viernes en la noche, a la hora menos pensada, la muerte le manifestaba que vendría por ella el cuatro de noviembre de ese año, creyó, sintió miedo y entendía en sus razonamientos que su voluntad no podía más ante semejante revelación, amor no podía ser el de los placeres por debajo de Eros, colocó temple a altas revoluciones, llamó a Kiko y le contó su sueño, que no era otra cosa que decirle adiós. 

Gloria comenzó entonces a contar el tiempo regresivamente, a esperar el día cuatro. Dejó entre sus prendas las necesarias para la mortuoria, sus pocos bienes los repartió entre sus mejores amigas y los pocos ahorros encima del nochero para que su hijo los disfrutara. La premonición no se cumplió, su sueño de la eternidad murió cuando el médico ordenó sacarla de cuidados intensivos y sin novedad. 

A diferencia de su amiga Alba, que la enfermedad del hígado apareció en su hijo y que comentaba que les hizo doblar rodilla a ella a sus amigos y familia; en Gloria desapareció. Así que comprendió que la gloria eres tú y que ni el cerebro ni el corazón le brindaron la oportunidad de vivir como hoy vive. 

La experiencia la dejó ver la luz que le dijo: “no corráis tras la muerte con los extravíos de vuestra vida, ni la atraigáis con las obras de vuestras manos”. 

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