Por: Edilberto Martínez Miranda (*)
¿Cómo describir nuestro asombro y nuestra delicia al ver extendida súbitamente
ante nosotros la inmensidad de los Llanos? No se podría imaginar contraste más
impresionante y fuerte que el que forman las macizas, inextricables cordilleras, que ascienden hasta la región de las nieves perpetuas, y esta uniforme llanura tropical.
[…]. Los Llanos tienen movimientos de color y diversidad sin fin; son una imagen
de la vida, que no predica al hombre su total impotencia, sino que, al menos,
despierta en él esperanzas como las que se alzaron entre los compañeros de Colón al escuchar el mágico ¡Tierra! ¡Tierra!
—Ernst Röthlisberger (1963), El Dorado, p. 228-229.
El asombro del viajero Ernst Röthlisberger en la década del sesenta, cuando asomó al borde de Bellavista y sus ojos se deslumbraron con ese Llano uniforme e inmenso, no era para menos: en frente un mar verde, serpenteado con meandros de ríos prodigiosos, añejas matas de monte, morichales y palmeras; anacondas excesivas y descomunales caimanes orinocenses; asentamientos de poblados fundados por centímanos de hacha y machete, acotejados por sus mujeres hermosas y valientes; centauros montados en el potro de la leyenda, galopando tras la huella que deja el aroma del mastranto –un ensamble de Llano y Piedemonte cordillerano– ilustrando una postal del paraíso.
Tanta perplejidad, no es ni será exclusiva de Ernst Röthlisberger, muchos otros también, en tiempos anteriores y sucesivos hemos privilegiado nuestros ojos con la magnificencia. Don Jorge Eliecer Martínez Miranda, es uno de esos tantos. Siendo un joven, los ventarrones alevosos de la violencia lo trajeron a la Llanura Oriental, específicamente al departamento del Meta, geodesia idílica donde germinaron sus anhelos de vida.
Él venía de la provincia de Peñas Negras, Cachipay, Cundinamarca, en cuya escuela había cursado sus estudios secundarios con énfasis en lo agropecuario, mientras sus padres y nosotros sus hermanos escampábamos de los últimos aguaceros de la lucha fratricida y partidista en el corregimiento del Limón, Tolima.
Corría la década del sesenta cuando la familia se reagrupó en San Martín de los Llanos, en el mismo año en que murió Robert Kennedy (1964), candidato presidencial en los Estados Unidos. Eran los tiempos de la guerra fría.
Más temprano que tarde inició su recorrido profesional en la Agencia de la Caja de Crédito Agrario Industrial y Minero de Puerto Lleras, donde conoció a María Nubia González Mosquera, a quien hizo su novia y luego su esposa de toda la vida, en una ceremonia revestida de sobriedad, cuyos esponsales los celebró el sacerdote de origen español Valentín Aparicio. En la llamada Perla del Ariari nació su hijo Jorge Eliecer y, en San Martín de los Llanos Angélica, María, ambos profesionales en ejercicio como ingenieros de sistemas.
Su ascenso en la escalera laboral lo llevó a ser subgerente en la agencia de Acacías y luego director de San Juan de Arama, donde alcanzó el tiempo suficiente para ser pensionado por la Institución a la que amó y sirvió con empeño en los mejores años de su vida.
Siempre le conocimos las trazas de una vida convencional: ciudadano ejemplar, buen esposo y padre, mejor hijo y hermano, invariablemente dispuesto a servir a los demás; hubiera podido ser un hombre adinerado, pero nunca escribió en su agenda el aprovecharse del poder para lucrarse. Siempre dijo que aspiraba a llegar al final de sus días de manera tranquila, sin que lo señalaran por comportamientos indebidos, tal como nos lo enseñaron Eliecer y Floritza, nuestros progenitores.
Cuando llegaron los añares dorados, don Jorge, como le dicen sus amigos con el respeto que se ha ganado, sacó el as que guardaba entre la manga para anunciarnos que era “faculto” en la verseada.
Se nos vino inesperadamente con sus poemas que venían fluyendo calladamente, y que fue guardando al lado de sus pliegos de Experto en Contabilidad, hasta que uno de ellos fue publicado en la revista Oro de Granada, antesala para que lo descubriera el escritor Edver Augusto Delgado Verano y la Editorial Libros para Pensar, que lo invitó a participar en la Antología Por todos los Silencios (volúmenes III y IV) y la Antología “Voces & Versos, al lado de poetas de Colombia, Ecuador, Venezuela, México y Costa Rica.
Luego de este meteórico recorrido parnasiano, vistió el maillot amarillo (de Sol y Llano) y se pegó una escapada en solitario con estos sus cantos al Meta (libro Semblanza Poética), que encantadoramente nos llevan en un recorrido fenomenal por los 29 municipios del departamento; compendio de calidad, tanto poética como editorial, libro que nos entrega alborozado
“Como zapateo de catira
al compás de un galerón
bajo el cielo de mi Llano”
(*) Escritor y periodista
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